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Relativos por naturaleza

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Todo es relativo. Esa es la religión oficial del mundo occidental. ¿Por qué? Por culpa del señor Albert Einstein y su Teoría de la Relatividad. Aunque sea una teoría científica, tiene, como todas, implicaciones filosóficas gravísimas.

A partir de la Relatividad hemos ido a parar al relativismo moral y cultural. Todas las opiniones son igualmente válidas. Por lo tanto, entendiendo de forma muy vulgar que la cultura es una interacción de opiniones, de creencias orteguianas, las culturas serán igualmente respetables. Estas dos implicaciones filosóficas se pueden palpar aun adentrándonos de forma superficial en la Teoría de la Relatividad y son las siguientes.

Las opiniones son como culos, cada uno tiene el suyo. No se pueden intercambiar las opiniones, no se pueden conectar. Parece que no. Como cada uno tiene Su verdad y es inamovible (rastros de Euclides) no se entra en discusión y, por tanto, en contacto humano. Lo que en Einstein era positivo, pues implicaba compartir sistemas de coordenadas y hacerlos interactuar, para el individuo actual se ha convertido en nefasto. Por otra parte, se considera que todas las opiniones valen lo mismo y no es cierto. Decir que mi opinión sobre el cambio climático, por poner un ejemplo, o sobre Cuántica, es igual de respetable que la del mejor meteorólogo o la mejor física cuántica es faltar a la verdad. El sistema de coordenadas, vuelvo a él, es mejor en el lado de la vía en el que hay claridad que en el que hay niebla. Hay opiniones más fundadas y opiniones menos fundadas. Pero hacer filosofía se ha convertido en deporte de extremos. O somos fundamentalistas de la Verdad, de la falacia ad baculum y del respeto a los mayores, o radicalmente relativistas. En Sobre la Teoría de la Relatividad Especial y General, Einstein advierte de que no son incompatibles. De hecho, a nivel microcósmico la Teoría Cuántica sigue en pleno funcionamiento.

Por otra parte, hemos caído en el relativismo cultural. No sabemos analizar, o valorar objetivamente nuestro entorno próximo. Nuestra inseguridad, y nuestro sentimiento de culpa, nos hacen caer en el abuso de la palabra tolerancia. Caemos en contradicción. La palabra tolerancia se aplica al respeto que un superior muestra por un inferior. El respeto es entre iguales. Extraemos por tanto que tenemos un inconsciente etnocéntrico, pero nos queremos cambiar. Pues lo ideal es, como a muchos otros niveles, el sincretismo. Ergo conciliemos. Culturalmente somos iguales, pero unos más iguales que otros. Considerar a una cultura caníbal igual a una que no lo es no me parece que se acerque a la verdad. La cultura española, por ejemplo, puede ser igual a la francesa, pero nunca a una cultura en la que se maltraten mujeres, se coman hombres, etcétera.

Esto se acusa de manera imponente en España (no acabo aquí por patriotismo, sino por cercanía contextual) donde el dualismo, el maniqueísmo, en fin, el extremismo de ideas (ideológico es una palabra demasiado hermética en sus connotaciones) es religión oficial del Estado. Admiro profundamente la filosofía oriental, en la que, por norma general, no existe el dualismo, todo es dos caras de una misma moneda, seis caras de un mismo dado. Se acerca más la filosofía de Einstein a lo hindú que a lo indio (americano). Concuerdan mejor los orientales con la Teoría de la Relatividad que nosotros, que hacemos un amasamiento, corte y confección de pensamientos que no son capaces de convivir con nosotros. No sabemos, por falta de perspectiva histórica, hasta qué punto calarán o dejarán de calar la cantidad de implicaciones filosóficas de esta Teoría. Será necesario para ello abrir de una vez los ojos. Porque Einstein en esta obra va destruyendo sistemáticamente todos los pensamientos, que en principio parecían tan evidentes, del lector. Sufrimos la enfermedad espiritual de los mecanismos de defensa. Sobre todo, sufrimos miedo a la grandeza, la de encontrar la verdad, sufrimos pesimismo antropológico. Nos sentimos incapaces (por falta de certeza) de tocar la certidumbre que nos ha abandonado, de encontrar la ciencia exacta que se nos ha resbalado de las manos, añoramos los eones dorados de geometría euclídea y certezas bajo el brazo. Sufrimos la amargura de ser libres, porque libertad, lo dice Nietzsche, no es la libertad que tenemos, sino la que nos falta, la que deseamos. Más paradojas, cuando más libres deberíamos ser, más tiranizados nos sentimos. Einstein, desde luego, no tiene la culpa. ¿Sufrimos por no entenderle? ¿Por no aprenderle? ¿Por no aprehenderle?

Sufrimos, en fin, un problema de miedo a la Verdad. Porque, al fin y al cabo, la Relatividad nos dificulta el camino a la Verdad, y somos demasiado perezosos como para arriesgarnos. Miedo a escoger un camino que se puede truncar en el final. Miedo a morir en la orilla. Miedo a no poder tocar el Sol. Miedo a que se apague antes de que lleguemos.

Tags: conocimiento, sociedad, cultura

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